El célebre virólogo estadounidense Jonas Salk estaba estancado en su trabajo de desarrollar la vacuna que debía frenar la poliomielitis que en ese entonces –a principios de los años 50 del siglo pasado- no tenía cura y ya alcanzaba niveles de pandemia. Agobiado por la situación y esperanzado en que un poco de tranquilidad podría ayudarle a reorganizar sus ideas, decidió tomarse unos días y viajó a Asís, Italia, famosa por la belleza de sus construcciones medievales.
Fue ahí, impactado y conmovido por la belleza del Monasterio de San Francisco de Asís, donde pasaba largas horas ensimismado, cuando le llegó el Eureka. La idea definitiva, la solución a la vacuna, aterrizó en su mente. Regresó a Estados Unidos y confirmó el éxito de sus conclusiones. Por fin tenía el remedio contra la Polio.
Pero no solo eso, también descubrió algo más: la neuroarquitectura. Se dio cuenta que no había sido una casualidad haber encontrado la respuesta que buscaba en un sitio agradable, luminoso, espacioso y armonioso con su entorno, muy lejos y completamente diferente al ambiente que le generaba el reducido sótano con poca luz de la Universidad de Pittsburgh, donde tenía su laboratorio.
A tan importante médico se le atribuye también ser el pionero de la neuroarquitectura. En ese entonces todavía sin acuñarse la terminología, pero convencido en la importancia del concepto, explicó su proyecto al arquitecto Louis Kahn y desarrollaron el Instituto Salk en 1960, un centro de investigación de vanguardia con sede en La Jolla, California, considerado un referente de la neuroarquitectura, con sus laboratorios bien iluminados, de espacios amplios y sin obstáculos, capaces de adaptarse a las necesidades cambiantes de la ciencia, y con materiales simples, resistentes y duraderos, lo más libres de mantenimiento posible.
No obstante, pese a surgir desde aquellos años, es hoy en día cuando la neuroarquitectura comienza a tomar un papel preponderante, y genera interés en emprendedores y empresas visionarias.
La trascendencia de la neuroarquitectura está generando un inusitado interés. El objetivo es desarrollar construcciones proclives al mejor desarrollo de las personas en sus actividades diarias así como en el mejoramiento de salud física y mental, estado de ánimo y comportamiento.
En 2003, el neurobiólogo Fred Gage presentó un notable descubrimiento: en el cerebro adulto siguen naciendo neuronas a lo largo de toda su existencia, sobre todo en el hipocampo, la región del cerebro dedicada a procesar nueva información y almacenar memoria y recuerdos. Su enunciado: “Los cambios en el entorno cambian el cerebro humano y, por tanto, modifican también su comportamiento”, fue la idea clave que llevó al desarrollo de la neuroarquitectura como disciplina autónoma en la Academy of Neuroscience for Architecture (ANFA) de San Diego.
De acuerdo a los expertos en el tema, la misión de la neuroarquitectura radica en establecer aspectos claves a la hora de configurar los espacios para lograr que la mente se encuentre relajada. La iluminación, las zonas verdes, los colores, los techos y los elementos arquitectónicos en sí como la forma en que se apliquen los ángulos en fachadas y diseños, son algunos de los elementos considerados como fundamentales.
“Los espacios rectangulares son entendidos como edificios menos agobiantes que los cuadrados, que sí provocan mayor sensación de estar encerrados. Los ángulos marcados de las edificaciones favorecen la aparición de estrés o ansiedad frente a las curvas o contornos suaves que nos dan sensación de seguridad y comodidad”, son, por ejemplo, algunas de las conclusiones en la identificación de la incidencia en el cerebro del ser humano.
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